El mandatario Donald Trump se halla ante un panorama económico desafiante y explora opciones para mitigar la carga que recae sobre los ciudadanos de Estados Unidos. Con la disminución de los índices de popularidad y la persistencia de la asequibilidad como una preocupación fundamental, la administración presidencial está gestando lo que ciertos expertos denominan un «Plan B» en materia económica.
Desde su regreso al poder, Trump implementó un programa económico ambicioso con la promesa de revitalizar la economía estadounidense mediante recortes fiscales, desregulación y aranceles estratégicos. Sin embargo, la realidad ha mostrado que varios de estos elementos no han funcionado como se esperaba. Las tasas hipotecarias se mantienen elevadas, los precios al consumidor siguen subiendo y el crecimiento de inversiones en manufactura estadounidense ha sido más lento de lo previsto. Estas dificultades han obligado a la administración a reconsiderar sus estrategias para cumplir las promesas de reducir el costo de vida y aumentar la accesibilidad para los ciudadanos.
El plan original y sus desafíos
El esquema original de Trump se fundamentaba en tres ejes fundamentales. En primer lugar, se anticipaba que los gravámenes a los bienes extranjeros constituirían una vasta fuente de fondos para el Estado, sin provocar un aumento considerable de la inflación. En segundo lugar, se preveía que las reducciones en la normativa y los impuestos motivarían a las corporaciones a invertir en la producción y la generación de puestos de trabajo dentro del territorio estadounidense. En tercer lugar, la sinergia de estas acciones tenía como objetivo preservar tasas de interés reducidas, disminuyendo así los gastos asociados a hipotecas, créditos y tarjetas de crédito.
Sin embargo, la implementación ha revelado grietas en estas suposiciones. Si bien el mercado bursátil se ha beneficiado de la desregulación y la inversión en tecnología, la inflación no ha disminuido de forma notable y continúa siendo un desafío para los consumidores. Las promesas de inversión empresarial en manufactura se han materializado lentamente, afectando la creación de empleo esperado. Las tasas hipotecarias permanecen por encima del 6 %, limitando el acceso a la vivienda y aumentando la presión financiera sobre los hogares estadounidenses. Además, la brecha entre los rendimientos de bonos y los costos de endeudamiento no ha generado el efecto deseado sobre la economía doméstica.
El descontento de los estadounidenses es evidente. Encuestas recientes muestran que más del 70 % de los ciudadanos consideran que la economía está en mal estado y que las políticas actuales no han logrado aliviar el costo de vida. Incluso antiguos votantes de Trump parecen estar reevaluando su apoyo ante la percepción de que la asequibilidad sigue siendo un problema central en su vida cotidiana.
El surgimiento del Plan B
Ante estas dificultades, la administración Trump ha comenzado a explorar un Plan B económico, que combina varias estrategias experimentales y polémicas. Entre las medidas propuestas se incluyen cheques de reembolso de aranceles de hasta US$ 2.000, hipotecas a 50 años y programas de hipotecas portátiles que permitirían mantener préstamos existentes al comprar una nueva vivienda. Además, se considera reducir ciertos aranceles sobre productos importados, como plátanos y café, con la intención de aliviar el costo de bienes de consumo básicos.
La idea de utilizar los ingresos de los aranceles para emitir cheques de estímulo ha generado debate. Algunos economistas advierten que inyectar grandes sumas de dinero directamente a los hogares podría generar un aumento en la demanda de bienes sin un incremento equivalente en la oferta, elevando aún más los precios y exacerbando la inflación. Aunque la Casa Blanca ha defendido la propuesta, se reconoce que su implementación requerirá la aprobación del Congreso, un desafío político considerable en el contexto actual.
Por otra parte, las hipotecas a 50 años buscan reducir las cuotas mensuales para los compradores de vivienda, facilitando el acceso a la propiedad en un momento de tasas elevadas. No obstante, los críticos señalan que extender tanto el plazo de los préstamos aumentaría el costo total de intereses y podría afectar la capacidad de los ciudadanos de ahorrar para la jubilación. Los expertos advierten que, aunque estas medidas podrían aliviar temporalmente la presión mensual, podrían generar consecuencias financieras a largo plazo para los hogares estadounidenses.
Una alternativa adicional para dinamizar el sector inmobiliario son los créditos hipotecarios transferibles, que posibilitan a los dueños de propiedades conservar sus financiamientos actuales con intereses más bajos al comprar una residencia diferente. Esta medida podría impulsar la reubicación y la adquisición de bienes raíces, incluso en un contexto de elevadas tasas hipotecarias. No obstante, la implementación de este esquema presenta desafíos logísticos considerables y exigiría que los solicitantes cubran la disparidad de precio entre su hogar actual y el nuevo, lo que podría derivar en la generación de hipotecas adicionales y complejizar el panorama del mercado hipotecario.
Ajustes en aranceles y efectos limitados
En paralelo, la administración planea reducir ciertos aranceles sobre productos que no se producen localmente, con el objetivo de disminuir algunos precios al consumidor. No obstante, expertos económicos destacan que esta medida tendría un efecto limitado, ya que muchas empresas absorben parte del costo de los aranceles y los productos seleccionados representan solo una fracción de los gastos del consumidor promedio. Por ejemplo, aunque los plátanos son populares y el café es un producto esencial para millones de estadounidenses, su precio está influenciado también por factores externos, como el cambio climático y la cadena de suministro global, limitando el impacto de cualquier reducción arancelaria.
Estas iniciativas se enmarcan en la estrategia de Trump para contrarrestar la idea de que la vida en Estados Unidos se vuelve progresivamente más costosa. El gobierno ha adoptado el eslogan “Hacer a EE.UU. asequible de nuevo” como su divisa política y económica, buscando transmitir que se están implementando acciones tangibles para reducir el peso económico sobre la población. No obstante, los detractores señalan que el éxito verdadero de estas directrices estará condicionado por una ejecución meticulosa y una colaboración efectiva entre las diversas esferas gubernamentales.
Repercusiones en el ámbito político y financiero
El Plan B de Trump no solo tiene implicaciones económicas, sino también políticas. La reelección del presidente se sustentó, en gran medida, en la promesa de mejorar la economía y contener el aumento del costo de vida. Las recientes derrotas del Partido Republicano y la caída en las encuestas de aprobación indican que la Casa Blanca debe actuar con rapidez para recuperar confianza y legitimidad entre los votantes. La economía en forma de K, donde los estadounidenses de mayores ingresos se benefician mientras que los de menores ingresos enfrentan mayores dificultades, subraya la necesidad de medidas que tengan un efecto tangible en la vida diaria de la mayoría de los ciudadanos.
La fusión de incentivos directos, créditos hipotecarios adaptables y modificaciones arancelarias constituye un esfuerzo por armonizar la estrategia económica con las demandas políticas. El gobierno aspira a producir logros tangibles que puedan refutar la percepción de que las medidas actuales benefician únicamente a segmentos específicos de la sociedad. Sin embargo, cada una de estas tácticas conlleva sus propios peligros y obstáculos, tales como potenciales repercusiones inflacionarias, consecuencias para la estabilidad financiera a largo plazo y complejidades en el ámbito hipotecario.
Un panorama complejo para la economía
El segundo mandato de Trump está marcado por la necesidad de adaptarse a un contexto económico y político más complejo de lo que anticipaba al asumir el cargo. El Plan B refleja un enfoque pragmático, aunque arriesgado, que combina medidas de estímulo directo, ajustes en hipotecas y cambios en aranceles. Si bien estas políticas buscan aliviar la carga sobre los estadounidenses y recuperar popularidad, los economistas y analistas advierten sobre los riesgos financieros a largo plazo y los posibles efectos secundarios de estas iniciativas.
La administración Trump enfrenta el desafío de equilibrar promesas políticas, expectativas de los ciudadanos y realidades económicas. La capacidad del Gobierno estadounidense para implementar estas medidas de manera efectiva determinará si el Plan B logra su objetivo de “hacer a EE.UU. asequible de nuevo” o si, por el contrario, exacerba los problemas existentes en un panorama económico ya complejo.